Los niños son nuestra expresividad no resuelta, son pura espontaneidad y amor, nosotros lo sabemos, lo sentimos así, pero desde que son bien pequeños intentamos controlar su capacidad natural de aprender por sí mismos. Los encorsetamos y etiquetamos, como si inconscientemente no quisiésemos que expresen lo que nosotros no hemos sido capaces de resolver, como si buscásemos que dejen intacto nuestro sistema de pensamiento, nuestras emociones. Pero esto es del todo imposible. La vida es Inteligencia pura, la auténtica Vida es luminosa como sus caras. La luz se ve cuando se van las nubes, no porque aparezca sino porque siempre estuvo ahí. Nosotros como padres que educamos a nuestros hijos desde el momento de nacer, que nos sentamos día tras día con ellos para colaborar en su aprendizaje, debemos a su vez aprender a ver sus emociones, enseñarles a identificarlas y sobre todo a respetarlas. De esta manera, los niños aprenderán a conocerse y obtendrán confianza en sí mismos para superar los problemas, y nosotros aprenderemos a través de ellos.
Vivimos en una sociedad que cree en la desigualdad, que se empeña en ofrecernos "productos" mejores y peores, pero esto desaparece cuando cada uno de nosotros no cree en ella. El lenguaje universal, el lenguaje de las emociones, puede trasmitir paz o violencia. Si creemos en la desigualdad, sufriremos la violencia de creer que podemos ser superiores o inferiores a otros, y tendremos miedo. En el nivel intelectual, nuestras emociones desde el primer segundo que nos sentamos a estudiar con nuestros hijos irán en esta dirección. El niño oirá, olerá, verá y vibrará en esas emociones porque su inconsciente registra continuamente el auténtico lenguaje, el lenguaje que no necesita palabras, el lenguaje de las emociones.
Cuando una persona cree en la igualdad en todos los niveles, no actúa contra la desigualdad porque no la ve, es del todo imposible que mire a otro con ganas de compensarle o con pena, o con el rabillo del ojo. Cuando una persona cree verdaderamente en la igualdad, no hace juicios de valor sobre una u otra persona, no etiqueta, no encorseta. Cuando creemos verdaderamente en la igualdad no hace falta cambiar a nadie, cuando creemos en ella, creemos en su poder sobre nosotros y sabemos que no podemos ser inferiores a nadie... ni superiores... y encontramos la Paz. Esta ley de que el juicio sobre los demás que a quien juzga realmente es a ti mismo, la dijo un gran maestro hace ya un tiempo. Este maestro tenía fe en las ideas que enseñaba, pero también tenía fe en los estudiantes a quienes ofrecía sus ideas. Como padre y maestro he aprendido que esta es la cualidad más importante de un buen educador, creer en nuestros hijos, en nuestros alumnos y en la absoluta igualdad con la que podemos mirar para la construcción de un mundo en el que todos aprendamos con alegría y amor.